Cristina Isacura Atencio.
Especialista en Extranjería/Derecho Internacional.
Directora de Isacura Asociados.
Emigrar no es asunto sencillo, ciertamente depende de cada caso, de cada historia personal, así como del momento histórico que le corresponda vivir al individuo en concreto.
Las variantes pueden ser diversas, como: emprender de forma planificada una aventura en un país para estudiar; perfeccionarse como profesional; aprender algún idioma o simplemente viajar por satisfacción personal, en estos casos se espera que el viaje potencie las capacidades o autoestima del que emprende. Esta forma de emigrar resulta sencilla, ya que, el viaje se afronta desde la voluntad, desde la iniciativa que surge de inquietudes propias del ser humano, pero esto no es comparable con la migración forzada por causas externas y ajenas a la propia voluntad.
Aquellos emigrantes que se han desplazado para salvaguardar su vida, sus derechos o los de su familia, están en procesos constantes de restructuración de vida. Esta restructuración carece de recetas milagrosas y aunque ciertamente muchos emigrantes tienen ventajas obvias frente a otros, lo importante es comprender que ningún proceso migratorio es comparable al de otro ser humano, mas sin embargo el patrón social en sí mismo es una constante; entender esto resulta vital para los individuos que viven el proceso, esto les capacita para los retos que derivan de la migración, así pues la consecuencia de reconocer la situación y las emociones desencadenadas empoderan al emigrante.
Para aquellos que aún no han emigrado, pero pretenden hacerlo, deben tener en cuenta que no constituye un acto sencillo, esta es la razón de que las expectativas deben ser lo más ajustadas a la realidad, se deben ordenar las ideas, estructurar y analizar cada decisión y estas deben basarse en sentido común, experiencia, conocimiento propio, instinto y acompañamiento de aquellos que sean referentes de experiencias similares, así como de especialistas o profesionales íntegros que cooperen en la situación en cuestión.
Puede que emigrar sea la prueba más difícil por la que un ser humano deba pasar, todo aquello que se ha construido, pierde en cierto sentido su esencia: lo material no siempre se puede meter en la maleta, los títulos académicos pierden su valor profesional, parte de la familia se queda, así como los amigos, recuerdos, lugares, sabores, olores, cultura y mucho más.
Cuando se viven procesos migratorios, lo más complejo no es consecuencia del estatus social o económico, el emigrante aprende que cuando el corazón y la nostalgia golpean no hay estatus que supla el abrazo del ser querido, el duelo le enseña a reestructurase por obligación y además muy rápido. No es más fácil si se emigra dejando a la familia directa en el país de origen, o si les traen consigo, nada garantiza la adaptabilidad a la nueva vida ni a los retos de esta, porque se debe reaprender a ser quien se era sin ser lo que se tenía.
Al emigrante le arrancan de raíz y solo le queda la esperanza de sus hojas, dé sus frutos, le queda su propia iniciativa, capacidad de adaptabilidad y actitud. La batalla no es contra el sistema, no es con el mundo, ni con la burocracia, sino con nosotros mismo, porque cuando se emigra solo existe algo seguro – NOSOTROS MISMOS –
Por todo ello, el viaje debe emprenderse y recorrerse con dignidad, humildad, fuerza interior y paciencia, emigrando se aprende que nada se puede controlar. Ven consciente de ello.