El mayor problema de España son los inmigrantes, ¿o no?

“El problema de España es la gran cantidad de inmigrantes”, “nos quitan el trabajo”, “vienen a delinquir y no se adaptan”. Estas son muchas de las frases xenófobas en contra de la inmigración que podemos escuchar en el día a día y aunque pareciese que esto ya es cosa del pasado y este tipo de comportamientos no ocurren, en realidad es uno de los problemas más habituales en cuanto a discurso de odio en España.

La inmigración no supone ningún problema en España; según un estudio realizado por el Fondo Monetario Internacional —Informe WEO 2020—, la inmigración se traduce en un crecimiento económico en cuanto al producto y la productividad en corto y mediano plazo en países avanzados en tecnología. Sin embargo, en muchas ocasiones la propia xenofobia e incluso racismo trae consecuencias negativas en cuanto al desempeño de estos migrantes; no conseguir trabajo por etnia o procedencia no es tan descabellado como nos pudiera parecer. So conocimiento de que esta idea está integrada dentro del ideario colectivo es interesante, o cuanto menos enriquecedor, hacer autocrítica y plantear varias situaciones por las cuales ese argumento no solo es incorrecto sino falaz con intención de llevar a buen puerto un discurso de odio muy politizado.

“Los inmigrantes nos quitan los trabajos y hacen que bajen los salarios”

Este argumento nace en base a, primero de todo —parafraseando desde la distancia a Joseph Goebbels— una mentira que contada suficientes veces se ha vuelto verdad para la gente. Desde la lógica podría parecer que el argumento tiene sentido, ya que el mucha de la inmigración suele llegar en situación irregular con formación básica o no demostrable. Esto lleva en la mayoría de los casos que la ocupación mayoritaria de los extranjeros sea en trabajos no cualificados, sin embargo, también este tipo de trabajos suelen ser ocupados por jóvenes en formación o sin ella. Nadie en su sano juicio diría “los jóvenes nos quitan el trabajo”.

En la realidad, esta situación en la que los trabajadores migrantes se ven obligados por necesidad económica a aceptar trabajos precarizados con salarios ínfimos no es más que fruto de la tendencia globalista en la que la economía de escala. La cual refuerza a los más ricos a costa de la explotación de los de abajo. Por tanto, más que los victimarios de la situación son las víctimas de un Estado ineficaz que no es capaz de intervenir lo suficiente como para obligar el cumplimiento de un salario mínimo.

“Los inmigrantes nos roban las ayudas que pagamos todos”

Las ayudas son pagadas por todo aquel que contribuya mediante impuestos a la sociedad, ya sea de forma directa o indirecta. Teniendo eso en cuenta, la recepción de muchas de las ayudas requieren una afiliación a la seguridad social o una identificación de una situación de pobreza suficiente como para reconocer que esa persona está en necesidad. Por otra parte, la inmigración favorece en el caso de España al pago de las jubilaciones ya que la mayoría de la gente que llega ya está en edad de trabajar, por lo que el Estado no se debe hacer cargo de su formación, aportando directamente al Estado de

Bienestar sin haber generado gastos previos.

Es cierto que aquellos que están en situación irregular no cotizan porque trabajan “en negro”, no obstante tampoco disfrutan de la misma protección social. Negar la ayuda a alguien por motivos de procedencia en una situación de necesidad como la de quien está de forma irregular no solo es una falta de humanidad sino también un insulto a los derechos humanos más básicos.

“Efecto llamada”

Denominar a algo como la necesidad de sobrevivir de forma digna y tener derechos humanos básicos en los que se cubran sus necesidades “Efecto llamada” como término casi ya despectivo es una de las herramientas más rastreras generadas por parte de algunos sectores de la política nacional. Politizar el hambre, las necesidades y la esperanza de poblaciones por vivir mejor y optar a tener una existencia digna, permeando todo en un discurso de odio racista y clasista va en contra de cualquier atisbo de humanidad posible.

Evidentemente existe un efecto llamada, por supuesto, sin embargo si llamamos efecto llamada a esto, ¿A caso no deberíamos llamárselo a muchas otras cosas? Es efecto llamada que el hijo de una persona obrera quiera darle una buena formación a su hijo y lo lleve a una buena universidad o incluso le haga estudiar en grandes ciudades como Madrid o Barcelona. Es efecto llamada que una joven doctora española acabe sus estudios y decida ir a Londres a trabajar y salir adelante. Es efecto llamada la migración masiva española a latinoamérica durante el franquismo para no ser represaliados. Es efecto llamada que alemanes e ingleses se retiren en la costa del Mediterráneo buscando las playas. ¿O acaso no lo es? El politizar y criminalizar sobre la esperanza de vivir mejor de un sector que quiere salir de una situación concreta no es más que el fruto de comprar como válido un discurso de odio de tintes xenófobos y racistas.

La  inmigración acaba con la cultura española

Dejando de lado la evidencia que España tiene una cultura multicultural proveniente de romanos, árabes, judíos e incluso de los diversos pueblos prerromanos que poblaron la península y no existe una cosa sólida y monolítica como la cultura española única que muchas agrupaciones pretenden promocionar. Incluso obviando tal dato, decir que la migración acaba con la cultura es querer poner la excepción como regla. Los migrantes son la minoría ante la cultura de un país entero que, evidentemente, son minoría. Cualquier persona que llegue a España está obligada a acostumbrarse a cierta cantidad de costumbres del país al que llega. El país no está adaptado para ellos y acabarán por asimilar ciertas costumbres en su propia vida. Si se crea ostracismo por parte de esta población y se cierran en su propia costumbre es por el mismo hecho de denegarle la suya propia y la inclusión en la nacional. El rechazo no favorece la defensa de uno mismo, sólo empobrece la posibilidad de crecer como sociedad generando segregación entre los sectores afectados.

¿Acaso no es muy común que los españoles nos reunamos con otros españoles por afinidad en el extranjero? ¿Acaso Londres o Berlín no están llenos de españoles que se juntan con otros españoles? ¿Acaso queremos desde España destruir la cultura anglosajona? No lo creo, simplemente nos sentimos más cómodos ante aquellos que comparten nuestra misma identidad. Esto no quiere decir que no queramos adaptarnos, pero tampoco queremos perder esa parte de nosotros mismos. ¿Es comprensible? Pues lo mismo sucede con cualquier extranjero en España.

Estas ideas sobre la inmigración, entre muchas otras de las que se podría hacer un libro completo, no hacen más que alimentar un círculo de odio que da lugar a un chivo expiatorio para tendencias fascistas y ultranacionalistas. Esto es más grave de lo que podría parecer ya que justifican la marginación de alguien en la sociedad, creando una tendencia antidemocrática dónde unos están por encima de otros.

Como mensaje para finalizar me gustaría dejar una pequeña reflexión en el lector nacional y una conclusión para aquel que me lea desde fuera. Si eres de fuera de España, no temas, España no es un país tan hostil, la mayoría de los ciudadanos aceptamos a los extranjeros como a uno más. Aunque necesitamos mejorar. Por eso reflexiones como estas son necesarias para mejorar la democracia. Por otro lado, para aquel ciudadano español que me lea ¿Por qué solo te preocupas de la imigración cuando viene de más al sur que España? ¿Acaso sólo te han permitido odiar a aquellos que son como tú y quieren una mejor vida?

Miguel Alfaya

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